miércoles, 26 de noviembre de 2008

Cuatro hojas de trébol.

Al tercer timbre alguien contesta. Hola- dice la voz. Mujer- dice el doctor. Hernández asiente con gesto de fastidio. ¿Sí? - repite la voz - ¿Diga? Hernández aprieta el botón. La comunicación se corta. El doctor sonríe nervioso. Parece que le diera vergüenza ganar. Hernández aparta cinco montones de fichas rojas y se las pasa. «¿Veinticinco más?» «Vale» Hernández se sirve un poco de whisky y lo vacía de un trago. Marca un número. «Bien. Hombre o mujer?» El doctor susurra mujer. «¿Otra vez?» Otra vez- dice y aprieta el botón para llamar. Suenan tres timbres largos. «¿Sí? ¿Dígame?» Hernández cuelga. Hombre- dice. «Creo que era una mujer» Cómo una mujer- explota Hernández- cómo coño va a ser una mujer, ¿está sordo usted? «Me pareció una mujer» «Usted es imbécil» Señor Hernández- interviene Suárez- a mí también me pareció escuchar una mujer ¿Señores? -dice mirando a los otros dos jueces. Mujer, dice uno. Mujer, dice el segundo. «Era un puto hombre» «Señor Hernández, le ruego se relaje» «¿Que me relaje? ¿Cómo coño quieren que me relaje?» «Señor Hernández, estése tranquilo, pulse rellamada y comprobamos» Después de doce timbres sale el típico tono de espera agotada. No lo coge- dice el doctor como disculpándose. Se anula esta- dice Hernández triunfal. «Señor Hernández, una partida no puede anularse» «¿Qué mierda dice?» «Señor Hernández, le ruego por última vez que se tranquilice, las reglas son bien claras». Era un puto hombre, grita. «Le recuerdo que nadie lo obligó a jugar y que usted decidió someterse a las reglas y a los veredictos. Los tres jurados escuchamos una mujer. Debe pagar» La voz sonaba ligeramente amenazadora. Hernández separa de mala gana cinco montones rojos. «Esperamos controle sus exabruptos, por favor» Exabruptos- repite Hernández paladeando la palabra- exabruptos. Se levanta. Pasea por la oficina. Se quita la chaqueta y se sienta. «¿Marca usted doctor?» El doctor sonríe incómodo. Marca un número. «¿Pueden subir el aire?» «Señor Hernández, está a 17 grados» Se echa hacia atrás en el asiento. Esto ya es el colmo, resopla. ¿Veinticinco?- dice el doctor. Hernández duda. Enciende un cigarro. Pensativo le da un par de caladas. Setenta, dice. El doctor mira a Suárez que hace un gesto diciendo que se desentiende. Está bien, setenta- dice al fin el médico. «¿Hombre o mujer?» «Tío… un tío» Hernández se levanta de pronto y saca del pantalón un móvil vibrando. Lo siento, dice. Mira la pantalla. Lo siento, es muy importante. Se va a una esquina. Los otros lo miran en silencio. Discute a gritos con alguien sobre ventas y precios. Luego cuelga. Regresa a su sitio. Parece relajado. «Lo siento, era importante» «Caballeros esperamos no hayan más interrupciones» Lo siento- dice Hernández otra vez. «¿Continuamos?» «El número está marcado, ¿verdad doctor?» El médico asiente. «¿Dije hombre?» «Hombre» Aprieta el botón de llamada. No ha terminado de sonar el primer timbre cuando una voz grave dice «¿Qué pasa?» Hernández da un brinco. «¡Sí cojones! Venga esos setenta. Así se gana esta mierda y no con niñerías» El doctor mueve la cabeza confundido. «Otra más que estoy de suerte, cien a esta» El doctor mira al Suárez. «No tiene que aceptarlo, con veinticinco ya basta» «Déjele hombre, venga doctor, juega o qué» Juego- dice. Hernández marca un número. «Tío o tía?» Hombre- dice el doctor. Varios timbres después salta un contestador. Anulada- dice Suárez. Marque otra vez. Hernández marca. El doctor dice «hombre» y aprieta el botón. Tres timbres después responde una voz femenina diciendo buenas tardes y el nombre de un bufete de abogados. Hernández ríe. El médico aparta varios montones rojos y los empuja al otro lado de la mesa. Hernández cuenta sus fichas. «Estamos como al principio doctor. Igualados». Se sirve un trago. Otra vez se levanta y pasea. El médico lo mira sin decir nada. Lo haremos así, dice Hernández empujando a la mesa todas sus fichas. El doctor niega. Mira nervioso a Suárez. «No pasa nada hombre, ya estoy aburrido de esto. Llevamos aquí cuántas horas. ¿Cinco? ¿Nueve?» Siete horas- dice uno de los jueces. «Pues eso, siete horas y estamos igual que al principio» Les recuerdo señores- dice el Suárez mirando a Hernández - que los veredictos son inapelables. Sopesen bien lo que se están jugando. Es mucho dinero- dice el doctor. Es todo- dice Hernández- cara o cruz, todo o nada, usted es o no es jugador. ¿No decía que buscaba emociones? Nunca he hecho algo así- dice el medico- nunca. Le toca a usted marcar. El doctor se alisa los cabellos con las manos, restriega sus ojos, suspira. Quizás sea lo mejor, dice resignado y tira todas sus fichas sobre la mesa. Una chica ahora, dice Hernández. El medico cuenta en voz alta cada uno de los seis timbres que suenan. «Dime» La voz es clara, limpia, de hombre. Suárez lo mira inquisitivo. Hernández dice sí con la cabeza. «Pues ya está. Ya no hay más» El médico se levanta, no parece feliz. «Nunca fui un hombre rico ¿sabe?» Ahora casi lo es- dice Hernández. «Siempre trabajé duro… nunca había jugado… me dio de mayor… tengo un hijo… de su edad más o menos» «No tiene que sentir pena doctor, la vida es así» Uno de los jueces abre una maleta con billetes. «No es necesario contarlo otra vez doctor, apartaremos nuestra parte» El médico asiente apesadumbrado. Hernández se sirve whisky. Está tirado en el sillón. Grave. Inmóvil. Lo escoltamos a casa doctor- dice Suárez. Se dirigen a la puerta. Hernández no se ha levantado «¿Caballero?» «Me quedo un rato más señores, si no es molestia» Muy bien- dice Suárez- buenas tardes.

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