Hay ficciones tan buenas que da igual la manera en que se cuenten. ¿Sabes la historia de Edipo? Layo, rey de Tebas tiene un hijo. El oráculo le dice que cuando crezca, va a asesinarlo y a casarse con su mujer. Layo manda a matar al niño pero el encargado de ejecutar esta orden siente pena y abandona al bebé en un bosque. Edipo es encontrado por un pastor que lo entrega a Pólipo, rey de Corinto. Edipo piensa que es hijo de Pólipo. Un día consulta el oráculo, le dicen que matará a su padre y se casará con su madre. Edipo huye para no cumplir la profecía. Por el camino se encuentra con Layo, su verdadero padre. Tras una discusión lo mata sin saber siquiera que ese hombre es el rey de Tebas. La esfinge, un monstruo mitológico, asolaba Tebas. Se decreta que quien la venza será proclamado rey y desposará a la reina. Edipo lo hace, es investido rey, se casa con la reina -su madre-, tiene con ella cuatro hijos. Tiempo después hay una plaga en la ciudad. La causa es que el asesino de Layo aun no ha pagado su crimen. Edipo se esfuerza por encontrar al culpable. Se descubre la verdad. Yocasta, su madre y mujer, se suicida. Edipo, se saca los ojos. Los tebanos lo expulsan de la ciudad.
No está mal ¿verdad? Siempre he pensado que una historia así puede ser escrita de cualquier forma. Empezando por el final y en flashback, contada desde Edipo, contada desde fuera, en presente, en futuro. Incluso que daría igual si el lenguaje fuera un galimatías ilegible o una colección de lugares comunes. La historia es tan buena que el relato no dejaría de ser genial.
Esto ya es más difícil. ¿No crees?
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