Mira el comienzo de Los Miserables, de Víctor Hugo:
En 1815, era obispo de D. el ilustrísimo Carlos Francisco Bienvenido Myriel, un anciano de unos setenta y cinco años, que ocupaba esa sede desde 1806. Quizás no será inútil indicar aquí los rumores y las habladurías que habían circulado acerca de su persona cuando llegó por primera vez a su diócesis. Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hacen. El señor Myriel era hijo de un consejero del Parlamento de Aix, nobleza de toga. Se decía que su padre, pensando que heredara su puesto, lo había casado muy joven. Se decía que Carlos Myriel, no obstante este matrimonio, había dado mucho que hablar. Era de buena presencia, aunque de estatura pequeña, elegante, inteligente; y se decía que toda la primera parte de su vida la habían ocupado el mundo y la galantería.
Sobrevino la Revolución; se precipitaron los sucesos; las familias ligadas al antiguo régimen, perseguidas, acosadas, se dispersaron, y Carlos Myriel emigró a Italia. Su mujer murió allí de tisis. No habían tenido hijos.
¿De quién son las opiniones que he subrayado? Pues todo parece indicar que son de quien narra la historia. Prueba a leer lo mismo saltándotelas. ¿Hay diferencias? ¿Te molestan las opiniones de este narrador en tercera persona? ¿Te importan? ¿Es necesario para ti saber que “Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hacen.”? ¿Y si no estás de acuerdo? ¿Enriquecen estas opiniones del narrador la historia? ¿La lastran? En cosas como estas solía pensar Gustave Flaubert. Él concibió un narrador que sólo narra, que no da opiniones, un narrador totalmente imparcial. Un tipo que no pretende aleccionar, que sólo dice lo que ve. Para muchos así nació la novela moderna:
Estábamos en clase de repaso cuando entró el rector seguido de un novel con traje de calle y de un bedel que llevaba un gran pupitre. Los que dormían se despertaron y todos nos pusimos de pie como si interrumpiéramos nuestra tarea.
El rector nos indicó que tomáramos asiento; luego volviéndose hacia el maestro le dijo a media voz:
- Señor Roger, le recomiendo a este alumno, ingresa en quinta. Si su trabajo y su conducta son meritorios lo pondremos con los mayores, como lo pide su edad.
El novel permanecía en el rincón, detrás de la puerta, de modo que casi no lo veíamos; era un muchacho del campo, de unos quince años, aproximadamente, más alto que cualquiera de nosotros. Llevaba los cabellos cortados en línea recta sobre la frente, como un cantor de aldea, y parecía modoso y muy confundido. Aunque no era ancho de espaldas, su chaqueta de paño verde con botones negros debía ajustarle en las bocamangas y dejaba ver, por la abertura de los puños, unas muñecas enrojecidas habituadas al aire.
Madame Bovary, 1857