viernes, 13 de febrero de 2009

En ocasiones veo...

El mercado tiende a valorar a los artistas de trayectoria coherente, dice el portavoz de una galería.

Nuestra expectativa es vender lo más posible, como siempre, dice otro.

Supongo que es lícito querer vivir del arte, que los artistas, normalmente, aspiran a vivir de su trabajo (el arte) y que están en su derecho. Pero si leo artículos sobre arte y entrevistas sobre artistas y encuentro cada dos por tres la palabra mercado...

¿Dónde está el arte? ¿En los museos? ¿En las terrazas de los bares donde jóvenes con rastas y pircings comparten cervezas? ¿En algún oscuro ático destartalado? ¿En las galerías? ¿En los manicomios?

Nunca he sido inocente. Sé que todos somos personitas, desde el mendigo hasta la modelo y el científico, y que todos, más o menos, tenemos las mismas ambiciones y los mismos miedos. Que necesitamos que nos quieran, ser conocidos, reconocidos, admirados. Pero a veces...

Cuestionar demasiado produce vértigo.

¿Existe de verdad el artista que nos fascinaban en la escuela, esos genios atormentados y ajenos? ¿Cambió todo desde Warhol y el pop, o antes, cuando pintaban o esculpían para agradar a tal o cual marchante millonario? ¿Existió alguna vez esta gente o eran leyendas para niños como las historias de piratas de Salgari? ¿Es todo una justificación para no doblar el lomo currando bajo el sol como sus padres? ¿Era van Gogh un genio oscuro o un depresivo vago que pintaba bien y que se hubiese calmado con un buen puñado de francos? ¿Vale una cúpula de Barceló veinte millones de Euros? ¿Es Damien Hirst un artista plástico o un artista de los negocios?

De acuerdo, si Picasso hubiera tenido que trabajar por el día como teleoperador para vivir y pintar por las noches no tendríamos las señoritas de avignon, ni el Guernica... ¿o tal vez sí?